La biblioteca nació bajo el impulso de un grupo de vecinos que vió la necesidad imperiosa de que el reciente poblado contase con un espacio acorde para promover y difundir la práctica de la lectura. Se destacaron especialmente en ello Antonio Acosta Pereira, quien había tenido un papel destacado en la fundación del pueblo junto a Tomás Mullally, y Ludovico Brudaglio, quien era, además de maestro de la Escuela N° 34, un prolífico artista plástico, fotógrafo, pintor y poeta.
En el acta número 1 del 1° de mayo de 1910 se dejó constancia de la confirmación de la comisión directiva inicial. Su primer director fue Benito Machado; actuaron como vocales Antonio Acosta Pereira y Sixto Gil y como secretario y bibliotecario Ludovico Brudaglio. (FOTO ACTA)
En sus comienzos, como muchas instituciones, la Biblioteca Avellaneda tuvo que luchar contra adversidades, pues los años posteriores a su fundación fueron de escasa actividad. Las acciones de la comisión directiva se limitaron prácticamente a renovar los miembros de dicha comisión y reasignar cargos como consecuencia de las constantes renuncias de los miembros. Se denota en las actas que la renovación del bibliotecario era constante.
En otro sentido, el volumen de obras aumentaba gracias a donaciones particulares. En 1914, el fiel defensor de la provincialización del territorio, Pedro Luro, donó material a la biblioteca y dos años más tarde lo hicieron Tomás Mullally, Luis Monreal y Oscar Saiz.
La Biblioteca comenzó a funcionar en las instalaciones de la Escuela N° 34 (sede del actual Club Social). En agosto de 1910 se trasladó a un salón alquilado, propiedad de Agustín Maggi. En el acta del 12 de abril de 1911, la comisión de entonces resolvió volver a trasladar la biblioteca a la Escuela N° 34. Cuando esta institución se trasladó la biblioteca fue instalada en el domicilio particular del presidente Antonio Acosta Pereira.
En 1913 volvió a funcionar en la Escuela N° 34 y el encargado provisorio fue el director de esta entidad educativa, Sixto Gil. El 23 de marzo de 1919, el periódico La Tribuna anunció que la biblioteca fue trasladada de sitio. Julián Salazar le había ofrecido a la comisión directiva un espacio gratuito ubicado en el altillo del almacén de ramos generales “El Progreso”, que poseía frente a la estación de trenes.
Luego de un período de abandono y reclusión para la biblioteca, hacia fines de 1920 se comenzó a reorganizar la institución. Se puede establecer que a comienzos del año 1921 se asistió a la refundación de la biblioteca. Desde ese momento la institución siguió la senda del crecimiento continuo y constante. Las gestiones para la construcción del edificio propio comenzaron a fines del año 1923. Finalmente, en febrero de 1925, y luego de siete meses de iniciadas las obras, la biblioteca comenzó a funcionar en su edificio propio. Luego de quince años de ser inaugurada, contó con un espacio de pertenencia funcional a las necesidades de esta institución. La comisión de ese momento resolvió que la inauguración oficial coincidiera
con la conmemoración de la fecha patria del 25 de mayo.
La biblioteca “Presidente Avellaneda” nació ligada a un grupo de vecinos de la localidad que ocupaban importantes cargos. Este grupo de vecinos, todos hombres, fueron los que realizaron gestiones para la fundación, formaron las comisiones directivas por buena parte de la vida de la institución y fueron socios activos. La mujer se mantuvo relegada de este ámbito hasta que a fines de los años ´20 comenzó a ser partícipe de las distintas actividades gestadas desde la biblioteca con una clara intencionalidad de separación respecto del sector masculino al designar sólo un día a la
semana en que las mujeres podían concurrir. Los datos expresan que en el año 1921 concurrieron a la biblioteca 962 varones y 25 mujeres. En otro sentido, en febrero de 1925, se estableció crear una “Comisión de Damas”.
De esta manera y, en el transcurso de los años, las realiquenses formarán parte activa de los destinos de la biblioteca popular. Durante los últimos treinta años fueron innumerables las donaciones de libros y objetos
a la biblioteca. Ejemplos de esos objetos con mucha historia y relevancia para la comunidad realiquense son las farolas, los bancos de plaza y el antiguo aljibe, que para muchos habría pertenecido a Tomás Mullally. De esta manera, la biblioteca entraña buena parte de la historia de Realicó, y es en sí misma un espacio que hace las veces de museo histórico.
Fuente: Rollhauser, Elisabet. 2011. Un recorrido histórico por la Biblioteca Popular
“Presidente Avellaneda”. Subsecretaría de Cultura. Gobierno de La Pampa.